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Extracto de la reseña en teatro Echegaray - Cervantes sobre el estreno de Heart-shaped Box
Francisco Javier Suárez Lema
Cuando escribí esta pieza, me propuse indagar en una de las matanzas más cruentas de la humanidad haciendo examen de lo que, con el paso de los años, fructificó como uno de sus logros: las políticas de concordia entre hutus y tutsis auspiciadas por el Gobierno de Ruanda. El perdón como la materia de un forense psicológico iba a convertirse en uno de los sustratos de la escritura de esta dramaturgia en la que abordaría un tema tan poliédrico creando la historia de dos hermanos que se encuentran, pasados los años, para echar las cenizas de su padre en un lago del mencionado país. Un padre que les abandonó, o así lo sintieron ellos, cuando eran solo unos adolescentes. Un padre al que también ellos trataran de perdonar. Pero hay mucho más, lógicamente: mi escritura es lucha en el barro.
Ya era suficiente con el asunto del perdón (escindido aquí de toda connotación religiosa y vinculado, eso sí, con lo sobrenatural), pero subí la apuesta porque en mi siempre disfrutable tarea de documentación, me encuentro con otro tema que no podía dejar escapar: la mirada sobre la guerra de Ruanda por parte de los medios de comunicación y la política internacional. Corría el año 1994 y un joven cantante de veintisiete años se pegaba un tiro en su casa de Seattle: la estrella del grunge Kurt Cobain acapararía todos los focos mediáticos mientras en Ruanda, en esas mismas fechas unos ciudadanos mataban a machetazos a otros ciudadanos y vecinos, en el espantoso fragor de un genocidio que lleva la marca de las Naciones Unidas mirando para otro lado.
Caben en esta historia los gorilas plateados, el olor a la muerte, un osito de peluche al que le falta un ojo, la música de Jimmy Fontana, dos hermanos que se encuentran, pasados diez años, en un territorio en el que todavía puedes pisar una calavera de un niño; caben: la voz de un locutor de radio aficionado que habla porque encuentra en el lenguaje una palanca para cambiar el mundo, la presencia de un inmigrante y su amistad con un funcionario ‘repleto de soledad’ (oxímoron), una luz anaranjada, misteriosa y salvífica que hice aparecer en una iglesia masacrada en Ruanda y, claro, sí, esa última canción que cantó Cobain en Múnich en su último concierto antes de volarse los sesos: Heart-Shaped Box, caja con forma de corazón.
Leer cómo entiende la obra el director Cristian Alcaraz: Teatro Cervantes - Factoría Echegaray
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Extracto de la reseña en diario SUR sobre el estreno de Heart-shaped Box
Autora: Regina Sotorrío
El último concierto de Nirvana antes de que Kurt Cobain se volara los sesos terminó con la canción 'Heart-Shaped Box' (caja con forma de corazón). Fue en el hangar Terminal 1 del aeropuerto de Munich. El mismo lugar desde donde poco después se embarcarían blindados alemanes para Ruanda. El suicidio y el genocidio coincidieron en el tiempo, pero el primero despertó más interés mediático que el segundo. Las imágenes de ambos sucesos intercaladas en una pantalla grande ponen en contexto 'Heart-Shaped Box', la nueva apuesta de Factoría Echegaray que se instala en el escenario municipal hasta el 7 de mayo. Por delante, una hora para indagar en el perdón, la incomunicación, el sufrimiento humano, la guerra y el llamado 'Tercer mundo'. «¿Hacia dónde mira Occidente?», pregunta la obra desde la pantalla.
Es una de las muchas cuestiones con las que el dramaturgo Francisco Javier Suárez interpela al público, al que lanza una batería de frases para la reflexión. «Un rebaño no salta una valla», dice sobre la inmigración y la lucha individual por la supervivencia de quienes se la juegan por llegar a Europa. El perdón no implica reconciliación, observa en otro momento sobre las complejas relaciones familiares. Y ese es el núcleo duro de 'Heart-Shaped Box', la historia de dos hermanos que se reencuentran tras diez años sin hablarse para esparcir las cenizas de su padre en un lago de Ruanda, como él quería. Un padre, a su vez, ausente ya en vida, que dejó a los suyos para irse a trabajar como médico al país africano, de donde escapó a la matanza milagrosamente.
Leer la reseña completa: Heart-Shaped Box' en Factoría Echegaray: del perdón, las guerras y Kurt Cobain
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Extracto de la reseña en AforoLibre sobre el estreno de Heart-shaped Box
Autora: Elisabet González
Heart-Shaped Box es una obra que habla del perdón y del miedo a no saber perdonar. La historia lleva a los personajes a enfrentarse a su capacidad de comunicación. Porque la comunicación es esencial y la base de todo perdón. La historia se centra en la vida de dos hermanos que se reencuentran en Ruanda, para echar las cenizas de su padre en un lago, como su última voluntad. Pero eso es solo el principio o un final, quizás, ya que ellos se enfrentan a ese hecho arrastrando una gran herida. Herida causada por la no comprensión, por no haber sabido perdonar. Para perdonar tiene que haber empatía, la capacidad de ponerse en la piel del otro. El otro en esta historia es el padre de los dos hermanos, un médico que vivió y logró escapar de la matanza en 1994 entre hutus y tutsis. El padre huye de la batalla de sus hijos para enfrentarse a otra batalla fraternal, más cruenta, más salvaje y totalmente innecesaria. Los hijos nunca entendieron los actos del padre y lo que es más importante, efectivamente nunca le perdonaron. Aún después de cumplir su última voluntad, no quisieron comprender. Como dice el protagonista, 'El perdón es una locura inadmisible'. Quizás sea mayor locura no entender el perdón.
En la obra aparecen otros personajes: un inmigrante que hace amistad con uno de los hermanos. Por momentos ese sujeto representa una luz, una salida y a la vez una voz ahogada. Un locutor, una voz en off, nos narra otra visión de la historia. Con su capacidad y uso de la palabra se cree capaz de cambiar el mundo. Y finalmente aparece Kurt Cobain, sí, el desaparecido cantante de Nirvana que allá por el año 94 se quitaba la vida en su casa de Seattle. Aparece una comparativa entre dos hechos tangencialmente opuestos, o quizás no tan distintos. El hecho de quitarse la vida y el hecho de quitársela a otro ser humano. ¿Qué noticia es más importante, que se quite la vida una persona famosa del primer mundo o que se maten entre ellos miles de personas del llamado tercer mundo? La historia pone estos dos hechos en comparación, pero ambos tienen la máxima importancia en sí mismos. ¿Tuvieron ambos una cobertura mediática acorde? ¿Acorde con qué, con la vida de un ser humano? Todas valen lo mismo.
Leer la reseña completa: Heart-shaped Box y la capacidad de perdonar
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Extracto de la entrevista en Diario de Cádiz sobre la publicación de El pájaro de la soledad
Autora: Tamara García
El escritor gaditano Luis García Gil suma un nuevo satélite a su especial universo poético donde la melancolía, la celebración de la vida, el cine, el arte y la paternidad se conjugan en las dos constelaciones, los dos nuevos poemarios, que abraza su último libro El pájaro de la soledad. De esta creación, de su original formato y de poesía, al fin y al cabo, habla el autor de La pared íntima y Al cerrar los ojos. /p>
–Su último poemario, ‘Las gafas de Allen’, vio la luz en 2013. ¿Regresa a la poesía o a la publicación de poesía?
–A la publicación porque la poesía no se deja de escribir, ni de trabajar en ella, aunque e el género que depende más del momento, de las musas, aunque suene antiguo decir eso de las musas (ríe). El poema se escribe todos los días pero el trabajarlo eso es ya diferente. Y, de todas formas, la poesía es de los pocos géneros que no tiene la necesidad de publicar con periodicidad. Es más, hay que dejarla madurar, reposar, que tenga su ritmo...
–El tiempo necesario hasta dar con tu verdad, supongo...
–Exacto, tu verdad y la verdad de los otros. Porque aunque se habla de poeta muy pomposamente, el poeta debería ser un hombre de la calle que está observando la realidad y la. contempla y la interpreta. Siempre una realidad limitada, circunscrita al entorno que uno tiene, vive y respira pero que, al fin y al cabo, es con el que se relaciona.
–En esta vuelta a la publicación con ‘El pájaro de la soledad’ apuesta por un curioso formato donde se encuentran dos poemarios diferentes, según por donde empiece el libro. ¿A qué se debe?
–Pues es que tenía tal volumen de poemas escritos entre 2014 y 2019, y escritos en procesos distintos, que hablando con el editor, Paco Mesa, pensamos que era buena idea hacer dos libros en uno, Versos en el alambre y Libro de la melancolía. Se planteó la originalidad de hacer un doble libro, uno más corto, el otro un pelín más extenso, convirtiendo de alguna forma la portada y contraportada en dos portadas. Creo que es interesante esa dualidad. Y bueno estos juegos te los permite la poesía al ser un género más minoritario o, mejor dicho, un género que está menos publicitado que lo que debiera.
–¿Cree que no se anima al ciudadano a consumir poesía?
–Pues tengo esa impresión porque debería ser el género estrella teniendo en cuenta del mundo apresurado en el que vivimos, en el que leer una novela de 600 páginas es complicado por esa misma dinámica del tiempo en la que vivimos... El poema se lee en el autobús, un par de ellos antes de dormir, el poema te permite que cualquier persona en cualquier momento se pueda acercar a ella...
Leer la entrevista completa: Publicación de El pájaro de la soledad
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Extracto de la reseña en Diario de Córdoba del poemario En la noche del mundo (Mauricio Gil Cano)
Autor: José Antonio Sáez
Se inicia el volumen con una cita de José Ángel Valente: «El duro diamante sobrevive a la noche», la cual da entrada a la primera parte, «Entre tinieblas», introducida a su vez con cita de Vicente Aleixandre: «Inmensamente triste, tú miras la impenetrable sombra en que respiras», que integra veintiocho poemas. Comienza, pues, el volumen con la parte más extensa y de tono existencial del mismo. Hay una íntima desazón, una profunda tristeza alentando en este libro, que constituye un análisis poético de la conciencia, una visión de la vida no exenta de cierta desolación, de profundas convicciones humanas y hasta filosóficas. Desde el espejo en la penumbra que nos devuelve la imagen de nosotros mismos, desprovista de todo artificio, el poeta se debate desesperadamente, y no exento de cierto escepticismo, entre cuestiones como la vida trascendente o la vida como sueño y laberinto, antesala de la muerte, y también como proyecto inacabado e imperfecto: «Será mejor que encienda un cigarrillo/antes que se diluya en humo la existencia» (pág. 16).
A veces ni la escritura ayuda a soportar la cruenta realidad que nos escupe a la cara nuestra propia degradación existencial: «Hay un loco mirándome a los ojos,/mirándome en mis ojos. Canturrea/un himno que desgrana como burla,/un himno que interpreta con los labios/más mudos de la noche» (pág. 18). Ante semejante estado de derrumbe, surge la tentación del alcohol, aun a sabiendas de que no supone sino una inmersión mayor en el infortunio. Brilla el poeta en endecasílabos, alejandrinos, en melodiosos sonetos de factura impecable y de dolor transido. La recurrencia a Dios en medio de semejante desangelo emocional no supone tampoco un consuelo cierto, aunque a veces alivia o reconforta cuando el vino o la literatura no satisfacen el anhelo de rellenar el crucigrama siempre incompleto de la vida: «No encuentro esa palabra/capaz de taponar los odres de la angustia/y el vino se derrama, se escapa como un sueño» (pág. 28)
Estamos ante una poesía profundamente humanista, existencial y vitalista que asume el hecho religioso con una visión agónica, de angustiosa indagación, donde no falta la referencia a Nietzsche. La escritura es una forma de escapismo y a la par un asidero en el naufragio de vivir donde confluyen ecos modernistas (Rubén Darío), ascéticos (fray Luis de León) y místicos (San Juan de la Cruz), siempre bien traídos y llevados, como de soslayo.
Leer la reseña completa: Existencialismo y humanismo de Gil Cano en En la noche del mundo