4  de Febrero 2014

MOONLIT LANDSCAPE WITH BRIDGE de Zadie Smith

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La escritora Zadie Smith ha publicado recientemente en New Yorker el relato corto  Moonlit landscape with bridge , cuya lectura se recomienda, y que inmediatamente ha recibido la atención de los lectores y críticos. No siempre favorables éstos a Zadie Smith, al menos sin el aplauso unánime, de la que se valora más su capacidad de crítica que sus méritos literarios.
 
Es significativa a este respecto la opinión de Trevor en Mooks and Gripes :

    Siempre me he sentido con el paso cambiado cuando llego a Zadie Smith. Me gusta mucho su escritura, pero lo que he leído -que no ha sido todo- nunca me ha llenado completamente. De forma similar, esta pieza alude a una gran oferta y la leo con verdadero interés, sólo para sentirme ligeramente decepcionado al final: parecía estar explorando menos de lo que parecía al principio...

    He finalizado con la sensación del "¿eso es todo?". Aunque hay un montón de hilos entrelazados en este complicado trabajo, en última instancia parece bastante simple: he aquí un hombre que abandona su país para irse a París. Él es horrible,... y esa es toda la historia.

Una historia que refleja las últimas horas del Ministro al abandonar su país, a su gente y su propia casa para irse a un lugar más seguro, París, donde se reunirá con su mujer e hijos. Un desastre natural, un huracán o un tifón, quién sabe, ha destruido gran parte del país, y las denuncias sobre la incapacidad del gobierno para atender a los supervivientes se incrementan, a la vez que los actos de pillaje se suceden entre la población. Como Zadie Smith reconoce, es un relato basado en el desastre ocurrido en Filipinas el año pasado.

Da la impresión que se ha excedido Trevor en la crítica. Sin duda, al relato se aleja de ser perfecto, en la medida que el ritmo de la historia es irregular y Zadie Smith recurre a trucos del oficio para mantener la tensión dramática, como los trazos gruesos del ambiente cargado de tensión en el que se mueven los supervivientes del desastre; los gestos de insensibilidad del político, incapaz de empatizar con el sufrimiento de los que se quedan, y sólo atento a guardar la respetabilidad política, que importa un rábano al resto de sus compatriotas en esas circunstancias. No repara la autora en cargar las tintas, en cada paso más negras, sobre el deplorable personaje del Ministro del que recuerda al final su pasado sangriento y su perfil más inhumano. En ese sentido, es un relato previsible, de principio a fin; como una historia de buenos y malos.

La lectura del relato es, sin embargo, recomendable. Basta con algunas ideas para convencernos, como la envidiable apertura con la que arranca la historia; la asociación entre Ministro y muerte es inmediata, así como se apunta hacia la falta de vigor moral del punto de mira del relato:

    El Ministro del Interior permanecía en mitad de la habitación, evaluando los tres trajes colocados sobre la silla. Uno era del azul pálido de un cielo mañanero; el siguiente, canela, de tela ligera, adecuado para estos terribles veranos; el último, un pesado tres piezas gris de estameña inglesa, para las visitas de estado. Estaban tirados uno encima de otro de cualquier manera, tres cadáveres en una pila.

Basta una pincelada más con la pluma de la escritora inglesa para que la bajeza consustancial del Ministro se muestre a las claras desde los primeros compases del relato:

    El Ministro dio un paso adelante y apretó al ama de llaves contra su pecho. La chica de sus fantasías eróticas se había desvanecido y en sus manos sostenía una vieja mujer, que podía confundirse fácilmente con su madre. Era dificil de creer que había sido una vez el dulce consuelo de la conmoción y aburrimiento que le produjo el primer embarazo de su esposa durante los meses y meses que duró, en este inolvidable clima y con tan difícil, y consentida, mujer.


También casi al inicio del relato, establece un paralelismo la escritora entre título y tema que permite atisbar la riqueza de materiales que maneja la autora:

    Tenía la fortuna que el cuadro más significativo en la casa también era el más pequeño: una miniatura de Van der Neer que, en su mezcla de agua y luz, le recordaba curiosamente a su ancestral aldea.

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El título del relato tiene el mismo título que el cuadro de Van der Neer, elegido junto con su marido en una exposición sobre pintura holandesa. Dice Zadie Smith al respecto:

Hay una teoría de que el exceso del capital en sus éxitos guerreros fue la causa de que los holandeses se dedicaran a comprar cuadros. Había más dinero que tierra en que gastarlo. En lugar de la tierra, el arte se convirtió en el lugar donde el capital está representado en sí mismo. Por eso hay esa extraña tensión en la pintura holandesa. Las escenas eran pacíficas, pero el dinero fue obtenido con sangre. Es como esa famosa cita de Benjamin: "No hay ningún documento de la civilización que no sea al mismo tiempo un documento de la barbarie."